¿Jueces o enriqueces?

Durante muchos años la puerta de detrás de la facultad de derecho de la Universidad Autónoma de Madrid estuvo coronada por un mensaje premonitorio, el que da título a esta pieza. Hasta que un desalmado con nombre de decano decidió borrarla, varias generaciones de estudiantes de derecho todas los días se encontraron con una pintada que replanteaba directamente los dogmas que se aprendían dentro de las aulas. ¿Jueces o enriqueces?

Porque reconozcámoslo: no tenía mucho sentido. No tenía mucho sentido en primer lugar porque desmentía lo que los profesores, desde su atrio de autoridad, repetían machaconamente, a saber, que en un estado de derecho el poder judicial tan sólo estaba destinado a administrar las normas jurídicas que dictaba el poder legislativo que a su vez dimanaba (por obra y gracia del espíritu santo del sufragio) de la voluntad popular. Tampoco tenía un particular sentido estético: al fin y al cabo son pocos los jueces y magistrados que no aparentan guardar su ropa de gala en un nido de polillas y muchos de ellos tienen el color de piel propio de un empleado de copistería. No, definitivamente los jueces no parecían enriquecerse con el ejercicio de su profesión, y mucho menos en comparación con su particular némesis, los abogados, que en el imaginario social oscilan entre Lionel Hutz y Maurice Levy (aunque algún día nos tocará reivindicar a la estupenda Toni Bernette).

Sin embargo muchos nos hemos quedado con el soniquete machacón de esa frase en la cabeza, y nos vuelve cuando trampeamos un caldo o una salsa y cuando vemos según qué resoluciones de los juzgados y tribunales. Los jueces enriquecen, aunque no a sí mismos, sino al modelo de sociedad que les han enseñado a honrar. Son un ejército togado a la orden no tanto del “imperio de la ley” como el imperio de la norma moral o ética que corona la conservación de las estructuras políticas y sociales que son hegemonía en cada momento concreto.

Y todo esto viene a cuento de la sentencia del Tribunal Supremo de 9 de mayo respecto de las cláusulas de suelo, así como de su repercusión mediática, que de forma manifiestamente errada la ha coronado como una victoria contra las entidades financieras.

Una cláusula de suelo es uno de esos juegos de casino que las entidades financieras se vienen permitiendo desde hace algunos años contra los particulares. Consiste esencialmente en que, cuando contratas una hipoteca a tipo variable (es decir, cuyos intereses cotizan en función una serie de índices más bien poco fiables, como ya se han encargado de señalar @hackbogado y @sunotissima en la estupenda #opeuribor) en el caso de que los tipos bajen mucho, los intereses se siguen pagando en función de un fijo que es lo que se conoce como “suelo” de la hipoteca.

Muchos juzgados y tribunales, desde hace unos cuantos años, vienen declarando estas cláusulas ilegales con base en la normativa de consumidores y usuarios que la Unión Europea, no lo olvidemos, obligó a imponer al estado español hace algunos años. Más o menos los argumentos usados por estos juzgados y tribunales son los mismos de los que se ha apropiado el Tribunal Supremo, permitiendo a la prensa calificarlo como el adalid de la justicia contra los abusos de las entidades financieras; y que esencialmente se pueden resumir en que la mayor parte de las cláusulas de suelo son una macarrada que permiten a las entidades financieras seguir forrándose en un escenario de tipos de interés bajos a costa de unos consumidores engañados en el proceso de contratación de la hipoteca.  Con ligeras variantes, lo mismo que con las swaps y las preferentes, vaya.

El caso es que si cualquiera se hubiese visto obligado a apostar por qué iba a resolver el Tribunal Supremo hace unas semanas, lo prudente habría sido afirmar que mantendría el sentido general de las resoluciones casi uniformes de juzgados y tribunales durante los últimos años al respecto de las cláusulas de suelo, declarándolas nulas. Sin embargo en la sentencia del pasado día 9 nos la ha colado: el Tribunal Supremo nos ha impuesto su propia cláusula de suelo.

Imaginemos un caso concreto: la funesta niña de Rajoy decide firmar una hipoteca a tipo variable en el momento de auge de la burbuja inmobiliaria y con una cláusula de suelo bastante alta escondida en un lugar oculto del contrato. Eso ha implicado que en los últimos años haya venido pagando una pasta que no le correspondía, porque durante la mayor parte de su hipoteca, con los tipos de interés muy bajos, ella ha estado abonando los intereses al banco a un conforme a una cláusula de suelo que algún día (si tiene dinero para pagar las tasas, claro) un tribunal considerará nula. Como es lógico, además de jurídicamente correcto, si un tribunal considera que una cláusula de suelo es nula, lo normal es que obligue a devolver el dinero a quien lo ha venido cobrando injustamente conforme a la misma. Pues bien, el Tribunal Supremo ha dicho que no, que dicha nulidad no tiene efectos retroactivos y las entidades financieras no tienen la obligación de devolver el dinero injustamente ingresado. Y mientras la mayor parte de los medios de comunicación cantaban la victoria del ciudadano de a pie, los dueños de las entidades financieras, en esa habitación oscura y repleta de gatos y de pantallas desde la que deciden nuestros destinos, brindaban porque se acababan de librar, por la vía fácil, de devolvernos nuestro dinero.

Los magistrados del Tribunal Supremo, al dictar su sentencia del pasado día 9 de mayo, sabían que el partido se libraba en el efecto retroactivo de la nulidad de las cláusulas de suelo, y han decidido sentenciar a favor de las entidades financieras. No lo han hecho porque nadie les haya pagado, sino porque en su cargo está el proteger el statu quo por encima de la legalidad o la justicia, y han sido conscientes de la importancia de que las entidades financieras no tuvieran que devolver el dinero que nos habían robado. Han vuelto a garantizar la seguridad del mercado financiero por encima de nuestros derechos. Y eso, exactamente eso, es lo que se preguntaba retóricamente todas las mañanas la pintada que recibía a los estudiantes de derecho de la Universidad Autónoma de Madrid: ¿Jueces o enriqueces?

NACHO TRILLO IMBERNÓN

Publicado en Madrilonia

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