Por Daniel Amelang, abogado
Hoy, 19 de septiembre, se cumplen cuatro años del fallecimiento de Nacho de la Mata Gutiérrez, compañero que nos dejó tras librar una dura batalla contra un tumor cerebral.
Yo le conocí dos años antes de su muerte, en otoño de 2010. Ignoro si por entonces ya padecía su terrible condición médica, pero le recuerdo lleno de vitalidad en nuestro primer encuentro. Yo era un (aún más) joven licenciado en Derecho (y en Políticas, para lo que me ha servido) recién colegiado con más preguntas que respuestas. Por aquel entonces, cada vez que me asaltaba una duda en los pocos procedimientos que llevaba, acudía a mi sensei, Pepe Galán. Sin embargo, un día le realicé una consulta sobre un procedimiento de Menores y me dijo: “pregunta a los compañeros de Coordinadora de Barrios, que sabrán indicarte mejor”. Tras tantear a varias conocidas, todas me recomendaron a Nacho, de la Fundación Raíces. Y es que su reputación y su obra en defensa de los menores le avalaban.
Nacho ganó en 2009 el Premio Derechos Humanos que concede anualmente el Consejo General de la Abogacía Española (CGAE), por su defensa a ultranza de los derechos de los menores extranjeros. Según el jurado, tal y como consta en la página del CGAE, su trabajo “ha contribuido de forma efectiva al reconocimiento de derechos para este colectivo, en muchas ocasiones en situación de desamparo, y muchos de sus recursos y propuestas han sido asumidos por los tribunales de Justicia y, muy especialmente por el Tribunal Constitucional”. Posteriormente, en el año 2013, se le otorgó, a título póstumo, el premio UNICEF Joaquín Ruiz-Giménez. Y es que el compañero durante su carrera logró articular un poderoso discurso jurídico que logró paralizar las repatriaciones sin garantías que estaban sufriendo las menores extranjeras no acompañadas.
Nacho había presentado años antes dos recursos de amparo ante el Tribunal Constitucional, uno en nombre de un menor que iba a ser repatriado y otro en nombre de la Coordinadora de Barrios. Ambos recursos dieron lugar a sentencias favorables (las Sentencias 183/2008 y 184/2008, respectivamente). Los efectos de estas resoluciones se tradujeron en modificaciones legislativas poco después.
Siendo conocedor de su gran bagaje, acudí a visitarle a su modesto despacho en Hortaleza, nervioso perdido y sudando mares por las palmas de las manos. Este estado de nerviosismo, sin embargo, duró poco tiempo, ante la amabilidad y cercanía que me mostró. Sin perder la paciencia, respondió a todas mis preguntas (incluso a esas preguntas mudas que no se verbalizan pero que quedan patentes que existen) y me dio varios consejos de gran utilidad. Salí de la reunión con el pecho rebosante de optimismo.
No puedo decir que conociera bien a Nacho. Nos vimos en persona en un puñado de ocasiones y hablamos por teléfono otro tanto. Pero sí puedo afirmar que me inspiró. Cuando pienso en el tipo de abogado que quiero ser, siempre recuerdo a todas las compañeras que tanto me han enseñado a lo largo de los últimos años: Pepe, Endika, Nines, las Pilares, Sonia, Patuca, Servando, Carlos, Marga, Julián, Bea, Begoña, las Anas, Nuria, Javi, Fernando, Isabel, todas mis compañeras de despacho y un larguísimo etcétera (pido disculpas a quienes no haya mencionado, no es un listado numerus clausus). Y Nacho se encuentra entre esas personas.